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La inmortalidad de la abuela, by Kiko Méndez-Monasterio

La religiosidad de un pueblo no puede extirparse como un tumor, como pensaba Azaña en su momento, cuando creyó que él podía legislar también sobre las almas y dijo aquella estupidez de que España había dejado de ser católica, para ver después como la propia historia le rectificaba con toda contundencia. El mismísimo Leninopinaba parecido, confiando en que su revolución acabaría con el opio espiritual, y que para ello sólo hacía falta tiempo: “Cuando mueran las abuelas, nadie recordará que un día en Rusia hubo una Iglesia”. Pero sucede que esa profecía laica se desmiente en cada generación, y que todos los esfuerzos por arrinconar y silenciar el hecho religioso nunca son suficientes.

Aunque nadie lo diría viendo la repercusión mediática, cada domingo acude muchísima más gente a las iglesias que a los estadios de fútbol, y el desprestigio de lo católico en ciertas élites culturales y políticas sólo muestra lo distanciadas que están de la sociedad real o, como dirían los anglosajones, lo sordas que son al clamor del contribuyente, que merecería más respeto por parte de los poderes públicos.

La nueva fiebre anticlerical que enardece a lo progre desde el zapaterismo también es parte de esa herencia que Mariano Rajoy se empeña en no rechazar. Muchos de los ataques que sufre la Iglesia son financiados con los impuestos vía subvenciones a grupos radicales o a espectáculos grotescos camuflados como cultura. Que la práctica sea casi tradicional en los gobiernos socialistas, no quiere decir que haya dejado de ser escandalosa, ni que sea inevitable para el gobierno popular, ni tampoco que el odio antireligioso vaya a conformarse con esto. Crece la hostilidad que sufren los fieles católicos, se interrumpen los oficios religiosos, se ha tratado de prender fuego a más de una iglesia, y ahora al cardenal Rouco lo maltratan en la calle, como en una versión feminista de la naranja mecánica. Más terrible, todavía, resulta comprobar como este clima de fanatismo cristianófobo es alimentado desde ciertos medios de comunicación que -en ocasiones rozando el ilícito penal- parecen querer convertir a la Iglesia en objetivo lícito de la violencia. Tampoco esto es nada nuevo, se empieza por deshumanizar a la víctima, en presentarla como enemiga de la libertad y del progreso, y se acaba por celebrar las fallas en las basílicas. Si hablasen de la religión judía en los términos en los que se califica a la católica en varios periódicos y televisiones, probablemente nos echaban de la ONU. Pero parece que contra Roma vale todo, y les crece el odio y la rabia por la persistencia de lo espiritual en el pueblo español, a pesar de tantos años de acción y propaganda.

La misma perplejidad asaltaba a los soviéticos en los años ochenta al contemplar como décadas de totalitarismo ateo no habían logrado extirpar la religión, y al tener que asumir que la Iglesia Ortodoxa renaciera con una -para ellos- exasperante vitalidad. Ante el sorprendente regreso de los popes y de las iglesias llenas, un miembro del Politburó se acordaba de las palabras de Lenin y no dudó en matizarlas: “En Rusia las abuelas nunca mueren”. En España, de momento, tampoco.

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Roger Scruton, filósofo inglés sin tapujos: «¿La ley sobre la homofobia? Como los procesos de Mao», by Giulio Meotti

George Orwell ya dijo todo en sus famosos ‘dos minutos de odio’ de la novela ‘1984’”, dice al Foglio (www.ilfoglio.it) el filósofo y comentarista inglés Roger Scruton (www.roger-scruton.com).

“La cuestión homosexual es complicada y difícil, pero no puede encarcelar el pensamiento con leyes sobre la denominada ‘homofobia’ como la del Parlamento italiano, que lo único que hace es criminalizar la crítica intelectual sobre el matrimonio homosexual. Es un nuevo crimen intelectual, ideológico, como fue el anticomunismo durante la Guerra Fría”.

Docente de Filosofía en la St. Andrews University, setenta años, autor de una treintena de libros que le han convertido en el más célebre filósofo conservador inglés (ha sido definido por el Sunday Times “the brightest intellect of our time”, “la mente más brillante de nuestro tiempo”), Scruton comenta de este modo la ley que se está debatiendo en el Parlamento italiano sobre la criminalización de la “homofobia”. También Amnistía Internacional se está movilizando en apoyo de esta ley.

Como los juicios-farsa y el maoísmo
“Esta ley sobre la homofobia me recuerda a los juicios farsa-espectáculos de Moscú y de la China maoísta, en los que las victimas confesaban con entusiasmo sus propios crímenes antes de ser ajusticiados. En todas estas causas en las que los optimistas acusan a los opositores de ‘odio’ y ‘discurso del odio’ veo lo que el filósofo Michael Polanyi definió, en 1963, como ‘inversión moral’: si desapruebas el welfare (el bienestar social) te falta ‘compasión’; si te opones a la normalización de la homosexualidad eres un ‘homófobo’; si crees en la cultura occidental eres un ‘elitista’. La acusación de ‘homofobia’ significa el final de la carrera, sobre todo para quien trabaja en la universidad”.

Distorsionan el lenguage: vuelve Orwell
Scruton sostiene que la manipulación de la verdad pasa a través de la distorsión del lenguaje, como en la obra de Orwell, con el nombre de “Neolengua”.

“La neolengua interviene cada vez que el propósito principal de la lengua, que es describir la realidad, es sustituido por el propósito opuesto: la afirmación del poder sobre ella. Aquí, el acto lingüístico fundamental coincide sólo superficialmente con la gramática asertiva. Las frases de la neolengua suenan como aserciones en las cuales la única lógica subyacente es la de la fórmula mágica: muestran el triunfo de las palabras sobre las cosas, la futilidad de la argumentación racional y el peligro de resistir al encantamiento. Como consecuencia, la neolengua desarrolla una sintaxis especial que, si bien está estrechamente conectada a la que se utiliza normalmente en las descripciones ordinarias, evita con cuidado rozar la realidad o confrontarse con la lógica de la argumentación racional. Es lo que Françoise Thom ha intentado ilustrar en su estudio, ‘La langue de bois’ (“La lengua de madera”). Thom ha puesto de relieve algunas de sus peculiaridades sintácticas: el uso de sustantivos en lugar de verbos directos; la presencia de la forma pasiva y de la construcción impersonal; el uso de comparativos en lugar de predicados; la omnipresencia del modo imperativo”.

La “homofobia”, un fantasma
Con la ley sobre la homofobia, Scruton dice que “se intenta infundir en la mente del público la idea de una fuerza maligna que invade toda Europa, albergándola en los corazones y en la cabeza de la gente que ignora sus maquinaciones, y dirigiendo hacia el sendero del pecado incluso el proyecto más inocente. La neolengua niega la realidad y la endurece, transformándola en algo ajeno y resistente, algo ‘contra lo que luchar’ y a lo que ‘hay que vencer’. El lenguaje común da calor y ablanda; le neolengua congela y endurece. El discurso común genera, con sus mismos recursos, los conceptos que la neolengua prohíbe: correcto-incorrecto; justo-injusto; honesto-deshonesto; tuyo-mío”.

Una forma de “reeducación”
Scruton dice que se está expandiendo en los países europeos el miedo a la herejía. “Está emergiendo un sistema considerable de etiquetas semioficiales para prevenir la expresión de puntos de vista ‘peligrosos’. La amenaza se difunde de manera tan rápida en la sociedad que no es posible evitarla. Cuando las palabras se convierten en hechos, y los pensamientos son juzgados por la expresión, una especie de prudencia universal invade la vida intelectual”.

Y detalla más lo que pasa cuando se habla con miedo: “La gente modera el lenguaje, sacrifica el estilo a una sintaxis más ‘inclusiva’, evita sexo, raza, género, religión. Cualquier frase o idioma que contenga un juicio sobre otra categoría o clase de personas puede convertirse, de la noche a la mañana, en objeto de estigmatización. Lo políticamente correcto es una censura blanda que permite mandar a la gente a la hoguera por pensamientos ‘prohibidos’. Las personas que tienen un ‘juicio’ son condenadas con la misma violencia de Salem”. El del juicio a las brujas, en Massachusetts [1]. La letra escarlata [2].

Quien disienta del lobby gay será “homófobo”
“Quien se angustie por todo esto y quiera expresar su protesta deberá luchar contra poderosas formas de censura. Quien disienta de lo que se está convirtiendo en ortodoxia en lo que respecta a los ‘derechos de los homosexuales’ es regularmente acusado de ‘homofobia’. En Estados Unidos hay comités encargados de examinar el nombramiento de los candidatos en el caso de que exista la sospecha de ‘homofobia’, liquidándolos una vez que se ha formulado la acusación: ‘No se puede aceptar la petición de esa mujer de formar parte de un jurado en un juicio, es una cristiana fundamentalista y homofóbica’”.

Según Scruton, se trata de una operación ideológica que recuerda, exactamente, la que tuvo lugar durante la Guerra Fría.

“Entonces se necesitaban definiciones que estigmatizaran al enemigo de la nación para justificar su expulsión: era un revisionista, un desviacionista, un izquierdista inmaduro, un socialista utopista, un social-fascista. El éxito de estas ‘etiquetas’ marginando y condenando al opositor corroboró la convicción comunista de que se puede cambiar la realidad cambiando el lenguaje: por ejemplo, se puede inventar una cultura proletaria con la palabra ‘proletkult’; se puede desencadenar la caída de la libre economía simplemente declarando en voz alta la ‘crisis del capitalismo’ cada vez que el tema es debatido; se puede combinar el poder absoluto del Partido Comunista con el libre consentimiento de la gente definiendo al gobierno comunista como un ‘centralismo democrático’. ¡Qué fácil ha sido asesinar a millones de inocentes visto que no estaba sucediendo nada grave, pues se trataba solamente de la ‘liquidación de los kulaki’ [3]! ¡Qué fácil es encerrar a la gente durante años en campos de trabajo forzado hasta que enferma o muere, si la única definición lingüística concedida es ‘reeducación’!. Ahora existe una nueva beatería laica que quiere criminalizar la libertad de expresión sobre el gran tema de la homosexualidad”.

Dicen “nosotros”… y son solo los progres
Por último, dice Scruton, tenemos el choque entre el “pragmatista” y el “racionalista”.

“Las viejas ideas de objetividad y verdad universal ya no tienen ninguna utilidad, lo único importante es que ‘nosotros’ estemos de acuerdo. Pero, ¿quién es este ‘nosotros’?¿Y sobre qué estamos de acuerdo? ‘Nosotros’ estamos todos a favor del feminismo, somos todos liberales, defensores del movimiento de liberación de los homosexuales y del currículum abierto; ‘nosotros’ no creemos en Dios o en cualquier otra religión revelada, y las viejas ideas de autoridad, orden y autodisciplina para nosotros no cuentan”.

Y continúa: “Nosotros decidimos el significado de los textos, creando con nuestras palabras el consentimiento que nos gusta. No tenemos ningún vínculo, sólo el que nos une a la comunidad de la que hemos decidido formar parte, y puesto que no existe una verdad objetiva, sino sólo un consentimiento autogenerado, nuestra posición es inatacable desde cualquier punto de vista fuera de ella. El pragmatista no sólo puede decidir qué pensar, sino que también se puede proteger contra cualquiera que no piense como él”.

[1] El autor hace referencia a los juicios por brujería de Salem, en Massachusetts (EE.UU.), una serie de audiencias locales, posteriormente seguidas por procesos judiciales formales, llevados a cabo por las autoridades con el objetivo de procesar y después, en caso de culpabilidad, castigar delitos de brujería en los condados de Essex, Suffolk y Middlesex, entre febrero de 1692 y mayo de 1693. Este acontecimiento se usa de forma retórica en la política como una advertencia real sobre los peligros de la intromisión gubernamental en las libertades individuales, en el caso de acusaciones falsas, de fallos en un proceso o de extremismo religioso. (N.d. T.)

[2] El autor hace referencia a la novela de Nathaniel Hawthorne, “La letra escarlata”, publicada en 1850. Ambientada en la puritana Nueva Inglaterra de principios del siglo XVII, relata la historia de Hester Prynne, una mujer acusada de adulterio y condenada a llevar en su pecho una letra “A”, de adúltera, que la marque.

[3] La “liquidación de los kulaks como una clase social”, o deskulakización, fue anunciada oficialmente por Iósif Stalin el 27 de diciembre de 1929. Fue la campaña soviética de represión política contra los campesinos más ricos o kulaks y sus familias; entre arrestos, deportaciones y ejecuciones, afectó de manera muy grave a millones de personas en el período 1929-1932.

(Traducción de Helena Faccia Serrano)

Publicado en Religión en Libertad


Se la cristianofobia è un’occasione, by Marco Respinti.

«Nel mondo islamico, i cristiani vengono massacrati per la loro fede religiosa. Siamo davanti a un genocidio dilagante che dovrebbe suscitare allarme a livello globale». Lo sappiamo. Ma che la denuncia campeggi dalla copertina di Newsweek è una vera notizia.

Il settimanale statunitense ha dedicato al tema un ampio servizio che porta la firma famosa e impegnativa di Ayaan Hirsi Magan Ali. Nata a Mogadiscio, figlia di un signore della guerra somalo, “rinata” nei Paesi Bassi, Ayaan diventa famosa quando, il 2 novembre 2004, il regista neerlandese Theo van Gogh, per il quale aveva scritto la sceneggiatura del cortometraggio Submission, viene ucciso da Mohammed Bouyeri, killer musulmano di origini marocchine. Da allora la Ali vive sotto scorta, si è trasferita a Washington dove lavora per il neoconservatore American Enterprise Institute for Public Policy Research e della sua irriducibile avversione all’islam non fa alcun mistero. Meno digeribile è invece le sua critica piuttosto laicista della religione.

Ayaan non rivela certo novità travolgenti quando ricorda le stragi efferate di Boko Haram in Nigeria, le mattanze che lordano di sangue cristiano il Sudan, l’ordalia continua di un Paese, l’Egitto, le cui “giovani promesse” hanno pensato bene di inaugurare la “corsa alla democrazia” massacrando 23 copti il 1° gennaio 2011 nella Chiesa dei Santi di Alessandria (famosissima la foto del Cristo macchiato di sangue che anche Newsweek sceglie per la copertina), le violenze anticristiane in Iraq, la situazione intollerabile del Pakistan e l’Arabia Saudita custode dei “luoghi santi” dell’islam che vieta con rigore più che zelante la costruzione di qualsiasi edificio di culto cristiano. Ma il punto vero è che questo compitino diligente e utile compaia con grande enfasi sulla copertina di un settimanale non certo di apologetica cristiana scritto non certo da una missionaria (chi non masticasse l’inglese può contare sulla traduzione, parziale, che il 13 febbraio ne ha offerto il Corriere delle Sera nella pagina degli Esteri, la 17esima, senza nemmeno un richiamo in prima).

Ciò – ipotizziamo – avviene per tre motivi. Il primo è che l’evidenza dei massacri anticristiani è tanto grande e cogente che nessuno, meno ancora un entourage di professionisti di primo piano come quello che produce Newsweek, può permettersi di continuare a bucare la notizia.

Il secondo è il fallimento palese delle cosiddette “primavere arabe”, indossate acriticamente da tutti ma ora rovesciatesi (ed era facilissimo prevederlo da subito) nell’esatto contrario di quanto auspicati dal “buonismo”. Che i copti rimpiangano i giorni di Hosni Mubarak – che pure li angheriava – per non rassegnarsi alla “piazza salafita” e che ai “ribelli” gli assiri preferiscano Bashar Assad – che, ricambiati, non amano – è totalmente paradossale quanto altamente significativo.

Terzo, ultimo e forse a lungo termine più fecondo motivo è che un certo mondo, quello che Newsweek se non altro fotografa bene, quello per intendersi che pensa ai propri tornaconti, alle “magnifiche sorti e progressive”, alla Chiesa se può darle addosso, insomma un certo mondo laico-laicista e radical-chic, si rende conto che solo i cristiani sono seme di civiltà. Che una sola è la cultura che genera il vero umanesimo dei diritti e delle libertà. Che se in Medioriente, Africa e Asia trionfasse il modello islamico, il mondo come lo abbiamo conosciuto finirebbe, prospettando poco di buono per quello che lo sostituirà. Insomma, che se là dove sono minoranza vessata e perseguitata perdiamo i cristiani come interlocutori del nostro mondo diviso tra postcristianesimo e nuova evangelizzazione, cioè come pilastri e architravi di isole di società autenticamente «a misura d’uomo e secondo il piano di Dio» (beato Giovanni Paolo II) dove invece di Dio vige un’idea errata e quindi l’uomo muore, tutto è perduto.

Ai tempi in cui il Libano era lacerato tra quattro eserciti invasori e i cristiani ne pagavano il prezzo, l’allora Segretario di Stato americano cinico e liberal Henry Kissinger pensò che la soluzione ottimale fosse che i maroniti, segno di contraddizione ma unica condizione di pace vera, lasciassero il Paese, ridislocandosi per esempio in quel Canada dove di spazio ne hanno da vendere. Ecco, la mano che Newsweek decide di tendere oggi alla lotta contro la “cristianofobia” suggella il tramonto definitivo di quella prospettiva sciagurata, un’azione fattualmente meritoria quali che ne siano le ragioni.

Da che conseguono due cose fondamentali: la prima è che, giunta pure la benedizione liberal, ora non ci sono più scuse per tollerare oltre la strage; la seconda è che la difesa pur strumentale dei cristiani da parte dei liberal è comunque un’occasione d’oro per cominciare a rievangelizzare anche la parte peggiore dell’Occidente. Finché infatti i popoli e le persone continueranno a saltare il mare per venire da noi, mentre invece nessuno fa l’inverso – se ne rende conto pure Newsweek -, avremo su tutti un incommensurabile vantaggio apologetico.

From La Bussola Quotidiana

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